Teníamos con mi
hermano solo catorce años, y era el segundo día en la playa, donde íbamos todos
los años desde muy chicos, a pasar toda la temporada. Lo pasábamos muy bien,
teníamos un gran grupo de amigos de muchos años, y prácticamente podíamos hacer
lo que se nos antojara, además en el pueblo todos nos conocían porque mi abuela
tenía un negocio bien grande y todos iban ahí.
Nosotros nos
quedábamos en unas piezas que había detrás del negocio, y que se habían
construido justamente para que nosotros pudiéramos ir. Como estaban al fondo y
el espacio era un poco oscuro, siempre nos daba un poco de miedo quedarnos
mucho rato en las tardes antes de salir al pasear en las noches. Especialmente
en esa hora de la tarde en que parece que todo se pone sombrío en una playa que
es bastante fría a pesar de ser verano.
Ese día habíamos
llegado más temprano del rio porque estaba nublado, y comenzaba a helar. Nos
quedamos en la pieza un rato, echados en las camas descansando, habían unos
primos con los cuales comenzamos a conversar, justo en esa hora en que se mete
el sol y todo se pone un poco silencioso.
Solo la luz que salía por la puerta iluminaba el pequeño patio afuera,
que estaba rodeado por una construcción a medio terminar y una pared de unos
tres metros de alto que daba directo a un camino que llevaba al rio. Muchas
veces cuando llegábamos tarde y el negocio estaba cerrado, debíamos entrar a
través de ese muro, con bastante cuidado para no caer de bruces en las baldosas
del piso, porque prácticamente debíamos escalarlo para bajar.
Bueno, estábamos conversando, pero no sabíamos que nuestro
primo mayor estaba en la pieza de al lado, salió sigilosamente para asustarnos
por la puerta que daba al patio, y cuando se asomo quiso sorprender al que
pensó el que era uno de nosotros que estaba parado en la sombra de la puerta
como queriendo sorprendernos, y que estaba de espaladas a él. Cuando lo quiso
agarrar de sorpresa, su susto fue increíble cuando se acerco y vio que la
altura de la sombra era demasiado grande, evidentemente no era ninguno de
nosotros. La sombra, al percibir su presencia, dio dos zancadas y salto
literalmente el muro de tres metros del patio, mi primo aunque espantado salió
tras él y a duras penas subió el muro, a pesar de ser bastante ágil, pero no
encontró nada. De esto, nosotros solo lo vimos pasar a la carrera, y nos
levantamos a ver qué pasaba. Mi primo volvió y estaba pálido, preguntando si
habíamos visto algo, o si había alguien más con nosotros. Nosotros respondimos
negativamente, y ahí nos conto que alguien nos estaba mirando desde la puerta y
que al aparecer el salió casi volando. Nosotros nos llenamos de pavor, sobre
todo al ver la cara de Roberto, completamente desencajada, obviamente no estaba
mintiendo. En ese momento recordó, que en
la navidad recién pasada, habían encontrado el árbol de pascua del
negocio arrancado de cuajo desde el tarro donde se instalaba siempre y que el
recipiente no estaba volteado, y un par de cosas más extrañas que habían
ocurrido. El realmente había creído que esa sombra era uno de nosotros, pero
nos conto que al acercarse y ver la reacción tan rápida había sentido que se
estremecía como cuando uno está frente a un abismo, y parece que se le sale el
alma del cuerpo.
Estuvimos muchos días asustados por el tema, y era imposible
que fuéramos solos en la noche, hasta que al fin se convirtió en un juego de
desafíos, a ver quién era más valiente, como cabros chicos que éramos.
Pasaron un par de semanas y el hecho ya era una anécdota
para contar a los amigos, hicimos exploraciones, por el camino hacia rio, con
linternas o nos quedábamos escondidos al acecho de cualquier cosa que pareciera
ser anormal en la oscuridad, aguantando la respiración del miedo, hasta que
alguno hacia alguna broma o se tiraba un pedo, y todo se convertía en
carcajadas.
Pero, justo a mi me paso que los últimos días del verano,
estaba muy cansado y me fui solo a la pieza poco antes de oscurecer, me recosté
el camarote, y me quede pensando un rato. Había una radio antigua sobre el
mueble frente a mí, de esas negras que tienen una luz roja cuando están
prendidas y que parpadeaban cuando se perdía la señal.
Por la ventana se veía como la tarde ya comenzaba a enrojecer
el cielo, y la pieza se lleno de sombras. Me llamo la atención que la luz roja
de la radio estuviera prendida, porque estaba todo silencioso. De pronto la luz
comenzó a titilar, y empezó a sonar como por la estática, y a zumbar en mis
oídos, poco a poco comenzó a subir el volumen del zumbido llenando mi cabeza, y
vi como la pieza se achicaba a mi alrededor, como si fuera a aplastarme, yo no
podía mover ningún musculo y cuando el ruido se hizo insoportable, di un grito
que se confundió con el ruido de la radio, anulándolo al instante, y la
lucecilla roja se apago lentamente como un fosforo. Cuando me incorpore para
examinar la radio, me di cuenta que estaba desenchufada.
Ese verano estuvo marcado por estos hechos, y algunos otros
que les ocurrieron a mis amigos, aunque se que la mitad eran invenciones.
Conversamos mucho sobre la posibilidad de que la casa estuviera cargada y no
dudábamos en culpar a la dueña del negocio de al lado, de la que mi abuela
siempre se había referido como una bruja. Y aunque no lo fuera era una persona
bastante extraña, muchas veces percibí su mirada desde lejos como si me pudiera
tocar con ella.
Los pueblos pequeños tienen, o tenían, la particularidad de
poseer una gran cantidad de historias extrañas, y es muy común que se digan cosas
sobre quienes han progresado rápidamente, como pactos con el diablo, brujería,
etc. La playa donde íbamos no era la excepción.
Ahora con los años veo esto como uno de los primeros
acercamientos al mundo del mal, que hasta ese momento me era desconocido. La
inocencia de la niñez hace invisible estas cosas, como niño me costaba creer
que alguna persona pudiera tener malos sentimientos hacia los demás. Una de las
grandes lecciones de mi abuela, era que no es necesario hacer hechizos o andar
en escoba para ser bruja, solo con pensar en ello podemos hacer el mal, y la
envidia, uno de los sentimientos más fuertes y nocivos que poseemos, es la
mejor herramienta, aunque el primer afectado sea quien lo experimenta.
A lo mejor este sentimiento transmuta de alguna manera el
medio ambiente de quien es el afectado, cambiando la frecuencia de sus
receptores y colocándolo en comunicación con los oscuros, llevándolos de la
mano por abismos para los cuales no estamos preparados y que finalmente
terminan enfermándonos o haciéndonos elegir caminos equivocados.
La lección, creo yo, no es cuidarse, al parecer no se puede,
sino saber que esto existe, para que cuando caminos de vez en cuando pensemos
si es nuestro corazón quien nos guía o alguien o algo más.
Picktor
Antofagasta. 29 de mayo de 2015